martes, 30 de diciembre de 2008

Mis horas



Voy a lamentar profundamente
esta irremediable pereza intelectual,
la morosidad de mis días
-siempre son más de veinticuatro mis horas-
esta innata capacidad
de detener el tiempo,
congelar planos,
ralentar movimientos,
disminuir el ritmo cardíaco
y no respirar casi,
atento al transcurso de la sangre,
el flujo de la savia
por lo árboles,
la fragmentación cigótica,
el secreto murmullo del magma
agrietando aún más
la dinámica falla de Nazca.

Esta amorosa quietud
que me convoca
a continuar llegando tarde
a contratos y negocios imperdibles,
convencido como estoy
de la importancia del dinero,
de la conveniencia de máquinas y cosas,
conforme esta convicción
tan íntima y ridícula
de haber llegado al mundo
fuera de hora,
gastándome la vida como puedo,
a cuenta de un después
más que improbable,
ajeno, empecinado, lleno de honra.

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